P(L)anificación


En sala ha quedado el registro, los mesones, las pecheras, la letra de los ingredientes que conformaron una experiencia de encuentro con la comunidad, las bolsas de un pan que se amasó y se horneó el día del acontecimiento de un proceso intenso de trabajo y vinculación.

P(L)anificación movilizó a un conjunto de productores visuales que buscaban generar una instancia de diálogo con la comunidad que acoge la sede penquista de Balmaceda Arte Joven. Consistió en desarrollar un trabajo en terreno, en intentar conocer la historia y las inquietudes de los vecinos, en asentar las bases para articular futuras iniciativas que involucren a la comunidad y a la práctica cultural, en un plano de mutuo conocimiento. Todo ello giró en torno a la idea de hacer confluir las actividades de planificación y panificación: P(L)anificación, como un intercambio entre prácticas, entre oficios, en donde se ponga en valor la voz y el trabajo de unos y de otros.

Una pregunta clave ha cruzado el planteamiento de la propuesta. ¿De qué modo generar las condiciones que hagan de este nuevo espacio de exhibiciones un lugar sintonizado con prácticas artísticas vinculadas a su contexto, tanto en el nivel de su producción como en sus posibilidades de recepción? Por ello, con el proyecto P(L)anificación la Octava Mesa de Artes Visuales se ha entregado en primer término a la tarea general de afianzar relaciones, destacando particularmente aquella entre la comunidad del entorno y la institución Balmaceda, como alternativa primaria de un cruce habilitado para la producción de un imaginario propio.

No se trató entonces de compartir el pan en la mesa de unos artistas insuflados con la luz divina, aún cuando siempre se corre el peligro de que acciones de este tipo se transformen en algo así, o que se comprendan de ese modo. Por el contrario, P(L)anificación potenció una relación inclusiva, participativa y democrática entre cultura y contexto. A través de este gesto del “hacer con otros” algo tan necesario como el pan, se buscó reforzar una relación de intercambio, que haga presente el valor de la práctica artística en la construcción de los sentidos y las significaciones de un imaginario propio. Y es que la práctica cotidiana de sumar ingredientes, personas, agentes diversos en acciones de variada escala e intensidad, alimenta el ánimo y la posibilidad de ejercitar con unos medios de reconocimiento que sobrepasen las representaciones con que se pretende encasillarnos y normar las posibilidades de nuestra vinculación-composición.

De este modo entonces, los roles habituales (artista – espectador) se han desplazado en una buena mezcla, y así en el hacer nos hemos conocido, junto a vecinos y panificadores quienes desde su experiencia y colaboración han dado una pauta cálida e inesperada en la tarea de construir un espacio de reconocimiento simbólico en el contexto de Villa Esperanza.